
El sistema de partidos políticos está en crisis, y el aumento de apoyos de formaciones de carácter populista y nacionalista, en muchas ocasiones sin una estructura organizada y con liderazgos cerrados son un mal indicador para la pluralidad y las posturas críticas. Una crítica se puede entender, o se puede realizar de dos maneras, de forma constructiva o de forma destructiva. Esta última poca explicación merece, pues tiene por objetivo sacar rédito de ella sin aportar absolutamente nada.
Sobre la crítica constructiva, lo cierto, es que primero deben existir y funcionar los espacios para hacerla, espacios donde las personas que los componen en primer lugar quieran escucharlas, y además, fomenten esa propia actitud crítica, y además, sepan interpretarla. Su fin es analizar y determinar otra alternativa diferente a la elegida con argumentos, en definitiva, estudiar las acciones tomadas y la repercusión real en la propia sociedad en la vida real, en el día a día. La crítica constructiva se debe entender como la negación de la opción elegida, aportando una alternativa que, en el autor de ésta, puede resultar más útil.
Y aquí subyace en la crítica constructiva algo importante, y es la utilidad. En el día a día, en nuestras compras, en nuestras elecciones, elegimos aquello que nos va a resultar más útil, hablando de cuestiones no personales, aquello que nos ofrece una mayor capacidad de desarrollo. Se entiende como algo con utilidad, a la capacidad que ese algo tiene de servir para un fin determinado.
Por poner un ejemplo, en política. ¿Qué es una opción útil? Una opción útil es aquella que demuestra la mayor capacidad para servir a unos objetivos. Los políticos deben de tener la mayor capacidad para servir a unos objetivos, que no es otro que representar con coherencia y vehemencia a los ciudadanos, en primer lugar que le han votado, pero además, a aquellos que no habiéndoles votado, por su condición, están obligados a representar mostrando como mínimo lealtad a la institución en la que se encuentra. Cuando algo deja de ser útil, es prescindible.
En los partidos políticos con más bagaje existe una estructura organizada y reglamentada, precisamente para evitar que cada cuál imponga lo que considere para él más interesante o necesario, pero aun así, como en casi todos los aspectos de la vida, ésta no es perfecta. No lo es porque, entre otras cosas, no tiene en su fin la representatividad plural de ideas y opiniones. Cuando se celebra un congreso o una asamblea, cuando se eleva a un ganador a la dirección, no existe la obligación, ni tan si quiera la instrucción de formar una equipo plural allí donde se haya presentado más de una candidatura, por ende, no existe más allá que de la propia voluntad personal, la necesidad de integrar de forma efectiva a aquellos que, no habiendo elegido la opción ganadora, no solo van a ser representados si no dirigidos. Y la voluntad es limitada y cambiante.
Cuando eso ocurre, no existe una representatividad del conjunto de una organización, y esos espacios se convierten más que en un foro de debate y toma de decisiones, en un puro trámite de ratificaciones. Y eso, implica, una pérdida de participación. Lo perfecto no existe, lo mejorable sí, y es todo.
Allí donde no existe pluralidad, donde no se fomenta un espíritu crítico y de debate, donde no se apuesta por tomar en consideración opiniones diferentes, no existe en sí un sistema democrático.
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